viernes, 12 de febrero de 2010

PEDIR A DIOS


Estamos siempre listos para pedir a Dios. No sólo cuando llevamos una vida religiosa. En caso de peligro o de necesidad, salteamos todo “trámite” previo y nos dirigimos directamente a Dios: le pedimos y le prometemos.
Cuando Dios cumple, postergamos interminablemente la promesa, adjudicamos a otras causas el milagro que se produce o buscamos “la quinta pata al gato”.
Un cuentito para ilustrar lo que decimos:
Una abuela paseaba por la playa con su nietito, cuando una ola gigantesca lo arrancó de su mano y lo llevó mar adentro. La abuela, que se jactaba de su agnosticismo, se puso de rodillas y, mirando al cielo, suplicó.
–¡No te lo lleves, Señor! Es muy chiquito y sus padres y yo lo necesitamos. Si me lo devolvés, yo te prometo…
En ese momento, otra ola devolvió al nene sano y salvo.
La abuela se puso de pie, miró al nieto y luego al cielo, reclamando de viva voz:
–¡¡¿Y la gorrita?!!