La Cruz es el signo que parte en dos la historia, y también las nuestras, porque se mete en medio del alma y como un canto de alabanza grita el amor de Dios a los hombres. Frente a tanto amor, no podemos sino mirar la Cruz para seguir caminando y siendo discípulos.
El dolor y el sufrimiento, aunque cueste, muchas veces es necesario en nuestras vidas, nos hace crecer, nos santifica y sobre todo nos une a Cristo crucificado, que no se queda en el dolor porque Él hace nuevas todas las cosas y transforma nuestras muertes en vida. Esa es la gran paradoja.
En este momento, nuestra comunidad necesita volver a mirar la Cruz, sostenernos y aferrarnos al madero, sólo así podremos hacer verdadera comunión.
MAURO